Adviento y Navidad,  Cuentos y reflexiones de la vida

Cuento de Adviento: La lágrima de Dala. Valor: la empatía

Cuento para el tiempo de Adviento y Navidad con valores

Dala era una pequeña hada que vivía en un precioso bosque junto a otras hadas, gnomos, duendes y muchos animales. Todos vivían muy felices allí, bueno… todos excepto Dala, que siempre solía estar de mal humor.

Todo le molestaba y discutía constantemente con todos a su alrededor. Aunque tampoco sabía exactamente por qué estaba enfadada normalmente.

Un día, cuando se acercaba la fiesta de Navidad, el señor Búho reunió a todos los habitantes para que decidieran cómo iban a organizar ese año la decoración del bosque y sus viviendas. Las luciérnagas y los duendes decían que había que poner luces de colores amarillas, las mariposas preferían de colorines, y los gnomos votaban por las rojas. Así estuvieron hablando unos y otros un buen rato hasta que se pusieron de acuerdo. Dala era la única que no estaba ilusionada con los preparativos–vaya manera de perder el tiempo en tonterías- refunfuñaba mientras se volvía a su casa.

Fueron transcurriendo los días y los habitantes del bosque se esforzaban en decorar cada rincón con gran maestría para que todo quedase lo más bello posible antes de la llegada de la Navidad. Bueno, todos no, porque Dala seguía de mal humor pensando que era una pérdida de tiempo.

Un día el conejito se le acercó dando saltitos:

-¿Por qué no te gustan los preparativos de la navidad? – Dala, con la cara de mal humor le contestó que no encontraba sentido a celebrar esa fiesta. -Pero Dala- le dijo – nos tenemos que preparar para celebrar la gran fiesta del amor de Dios. Gracias al amor podemos ser muy felices y estar alegres- Dala se dio la vuelta y se fue a su casa sin contestarle.

Varios días más tarde, el Señor Búho, que también había enfermado, dio un aviso urgente a todos los habitantes. El agua del río cercano a esa comarca se había contaminado y algunos que habían bebido allí se estaban enfermando, como las hadas que fueron las primeras en caer enfermas. El anciano duende hizo una pócima con hierbas, pero no tuvo buen resultado, los enfermos no se recuperaban. Los gnomos probaron a hacer un mejunje con raíces de los árboles, pero tampoco sirvió para nada.

El señor Búho, después de reflexionar, fue a visitar a Dala, que no había enfermado porque estaba casi todo el día dentro de su casa sin salir y sin relacionarse con sus vecinos.

– Dala, Dala- le dijo el Señor búho con voz potente mientras se acercaba a casa de Dala. -Los habitantes del bosque están enfermando y no encontramos el remedio para curarlos. He estado reflexionando y sólo tú puedes ayudarles a recuperarse-

Dala se negó enseguida y el señor búho continúo un buen rato convenciéndola. _ Piensa en los demás, Dala- le decía preocupado – están enfermos y pueden morir, piensa en ellos, en su bien-.

Tras unos minutos Dala se mostró dispuesta, pensando que sería una  buena oportunidad de viajar para conocer otras partes del planeta. El Señor Búho le dio las instrucciones de su misión:

– Tienes que buscar tu flor. Una flor que tenéis cada hada. Está en un lugar muy lejano, un lugar alto y húmedo.

– Pero, ¿cómo voy a encontrarla? Le preguntó Dala asustada

– Tú corazón te guiará para encontrar la flor- le dijo el Búho mientras la despedía junto a otros habitantes del bosque.

Durante muchos días estuvo Dala volando, y su mal humor se iba haciendo mayor con cada peligro que se le presentaba. Como cuando un cuervo le quería atacar y se salvó y gracias a que pudo esconderse en un pequeño agujero en un árbol. En otra ocasión casi muere envenenada, porque se acercó a un río para beber agua, y una gran serpiente estaba a punto de morderle cuando alguien le salvó la vida alzándola hacia los aires.

Quien le salvó era un hada que vivía allí. -Te acompañaré, es un lugar peligroso para que vayas sola- le dijo Zul, tras conocer la misión que tenía Dala de salvar a los habitantes del bosque donde ella vivía.

Varias jornadas más tarde, agotados de tanto viajar, Dala se detuvo observando a lo lejos, en lo alto de una montaña, unos brillantes destellos de luces que iluminaban el cielo.

– Allí está- exclamó Dala ilusionada señalando hacia o alto, – el Señor Búho me dijo que mi corazón me lo indicaría y siento que está cerca.

Dala seguía protestando a cada paso, tras días de mucho viento y de tormentas de nieve llegaron a lo alto y por fin encontraron un valle lleno de flores de colores que inundaban todo con sus aromas.

Dala cogió su brillante flor y se dispuso rápidamente a volver a su comarca tras despedirse de Zul y agradecerle su ayuda.

Cuando llegó, rápidamente el anciano duende hizo un jarabe con la flor que había traído Dala.

Poco a poco todos los enfermos se fueron recuperando tras tomárselo. Y agradecidos fueron a visitar a Dala, llevándoles regalos, flores y muchos abrazos.

Dala se dio cuenta que en su corazón ya no había tristeza ni mal humor. Ahora estaba lleno de alegría. Una lágrima de felicidad recorrió su mejilla al ver tantas muestras de cariño. Entonces comprendió que el conejo tenía razón, que tan sólo Dios era capaz de transformar un corazón egoísta en uno lleno de amor.  Se dio cuenta que sólo el amor, cuando se regala a los demás, puede llenar de felicidad, que sólo cuando se tiene en cuenta las necesidades de los demás y no el propio interés, se puede ser feliz.

Esas fueron las navidades más hermosas que vivió en toda su vida rodeada de todos sus amigos en ese precioso bosque en el que Dala vivía.

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